¿Cómo se las arreglan los habitantes de Vilcabamba para vivir ciento veinte o ciento treinta años? Un pueblo del Ecuador sin ninguna particularidad salvo la de tener una cantidad increíble de centenarios. Timoteo Arboleda, por ejemplo. Para encontrarlo tuve que ascender dos mil quinientos metros hasta llegar a su zona de cultivo. No fue fácil, hacía calor y la ladera era empinada. En cuanto estuve en la cima, Timoteo Arboleda, con más de cien años, se acercó desplazándose con la misma gracia que puede tener un instructor de alpinismo. Claro, el subía y bajaba a diario.

O Manuel Picoita, de ciento cuatro. Estaba trabajando con su machete en el monte y entre golpe y golpe protestaba porque su familia no se ocupaba lo suficiente de la propiedad. Me invitó a sentarme bajo el alero de su casa y me comentó que esa noche tenía una fiesta a la que no pensaba faltar. Mientras tanto, su tataranieta me mostró cómo el pelo de Manuel después de haberse vuelto cano volvía a recuperar el color y en algunas zonas ya estaba negro. José Medina, de ciento doce, fue la mayor sorpresa. Trabajaba en su huerto separando la hierba mala de la buena con la azada. Lo hacía con golpes precisos y sin usar anteojos. Esperé a que terminara y nos sentamos a conversar.

Es evidente que algo pasa en Vilcabamba porque no solo llegan a una edad escandalosa sino que además lo hacen a contramano de los consejos médicos. Nada que se explique con los elementos con los que por ahora contamos. Llevar una vida sana, comer con moderación y hacer ejercicios puede significar andar bien del corazón pero no evita el uso de anteojos, las canas o la pérdida de la dentadura. Corazón, dientes, vista y pelo tienen procesos de envejecimientos diferentes y todos están conservados en los ancianos del pueblo.

Las investigaciones generadas en la zona ocultan lo que José Medina cuenta. El sistema sanitario es precario, la alimentación deficiente y los centenarios no se privan de ningún vicio. Fuman tabaco. Beben el puro, una especie de aguardiente, y además consumen "chamico", un alucinógeno que produce los efectos de la marihuana y la cocaína con un deterioro varias veces superior. Tampoco se privan del café ni de ponerle sal en abundancia a las comidas. Por eso es muy difícil darles un consejo; que coman sin sal podría ser uno. Pero el promedio de tensión arterial de la gente del pueblo es inferior a la de la ciudad.¿ Que no fumen o no beban? No hay médico que tenga autoridad moral ni sanitaria para decirles qué pueden o qué no pueden hacer.

Los habitantes de Vilcabamba, en Ecuador, viven más de ciento veinte años. Ya pasados los cien, todavía leen sin anteojos, conservan la dentadura completa, la potencia sexual, su cabello no encanece y se jactan de sus aventuras amorosas.

Fuman, beben, consumen sustancias más nocivas que la cocaína y participan activamente de las fiestas. No se hacen chequeos ni toman medidas de prevención porque no se enferman; tampoco piensan en jubilarse. Cuando llega el momento de partir, se despiden sin preparativos: salen a trabajar y no vuelven, se acuestan a dormir y ya no se levantan. Llevan una vida muy humilde pero la terminan como aristócratas.

Sin duda, Vilcabamba es un golpe bajo para los que miden las calorías, eligen lo natural como única opción y se obsesionan con el cuidado del cuerpo.

Ricardo Coler viajó para conocer cuál es el misterio de este lugar privilegiado por la salud y la vitalidad sin esfuerzo. A medida que avanza la crónica, su relato se enriquece con el contrapunto conmovedor de la relación del autor con su padre, un hombre mayor sostenido por los avances de la ciencia. Coler también es médico, y sostiene en este libro cautivante y revelador que la vejez puede ser una enfermedad como cualquier otra, con mecanismos biológicos sobre los que es posible actuar. Quizá Vilcabamba sea una clave. Mientras tanto, políticos, científicos, militares, millonarios y artistas internacionales compran tierras en el pueblo.

Ref: http://www.tematika.com/libros/humanidades–2/sociologia–4/en_general–1/eterna_juventud–477694.htm

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